Conversación

José Martínez Ruiz, Azorín, nació en Monóvar, ciudad de la provincia de Alicante en 1873 y murió en 1967. Entre sus libros más hermosos están Castilla, Los Pueblos y La Ruta del Quijote. Azorín hizo suyo el vasto legado literario de España y lo vertió en su propia escritura, en frases cortas y con sólo las palabras precisas, en diversas formas literarias, en juego con el espacio y el tiempo, el alma y el mundo, sobre todo el mundo español y castellano. Llevó el lenguaje un tanto más allá en la delicadeza de la expresión y, con voz calma, nos entregó una visión deslumbrante de la vida.

 

Dice Antonio Machado en su poema Desde mi rincón:

 

buen Azorín, por adopción manchego,

que guardas tu alma ibera,

tu corazón de fuego

bajo el recio almidón de tu pechera

-un poco libertario

de cara a la doctrina,

¡admirable Azorín, el reaccionario

por asco de la greña jacobina-;

pero tranquilo, varonil – la espada

ceñida a la cintura

y con santo rencor acicalada-,

sereno en el umbral de tu ventura!

 

El aparte que reproducimos hoy en el Blog de Frailejón es uno de los 49 muy cortos capítulos de la novela de Azorín titulada, en algunas ediciones, El Libro de Levante, y en otras, Superrealismo.

 

 

 

XXVI

CONVERSACIÓN

 

 

- Perdone usted.

- No hay de qué.

- Si usted me permite, voy a poner la maleta en la rejilla.

- Con mucho gusto.

- Mamá, aquí hay asiento; no van más que dos.

- ¡Qué frío hace!

- Regular.

- Amparito, estate en la ventanilla por si viene tío Antonio.

- No, mamá; le dije yo anoche que no viniera a la estación.

- Poca gente.

- Regular.

- Así iremos mejor.

- ¿Va usted a Alicante?

- No, señor.

- Mamá, ¿a que no sabes a quién se parece este señor?

- El viaje es cómodo.

- Muy cómodo.

- ¿Quién no está levantado a las nueve de la mañana?

- Mucha gente.

- Bueno; pero es gente que trasnocha.

- Mamá, este señor se parece a don Anselmo.

- Será pariente suyo.

- A las cinco en Alicante. Cómodo.

- Muy cómodo.

- ¿Usted se apea antes?

- Me quedo en Monóvar.

- ¿No conoce usted a don Anselmo Gomis?

- No, señorita; no tengo ese honor.

- Si dice que es de Monóvar…

- ¿De Monóvar? ¿Entonces sí que conocerá usted a don Venancio?

- ¿Don Venancio?

- ¿Cómo se llamaba, mamá, don Venancio?

- Pues… Don Venancio.

- Quiero decir, de apellido.

- Tiempo seco.

- Muy seco.

- Si no llueve, la siembra se va a perder

- Lloverá.

- El año pasado, por este tiempo, llovió.

- Sí; llovió por este tiempo.

- ¡Qué fastidio! Mamá, se me ha olvidado…

- Ya, ya sé; no lo digas; siempre te sucede lo mismo.

- ¡Y qué quieres que yo le haga!

- Nada; ustedes perdonen.

- ¿A qué hora se come?

- Supongo que a las once y media o las doce.

- Creo que es a las once y cuarto.

- Eso debe ser; a las once y cuarto.

- Yo no tengo apetito.

- Yo sí.

- Cuando se viaja se tiene más apetito, ¿verdad, caballero?

- Indudablemente, señora.

- ¿Dice usted que va a Monóvar?

- Allí me tiene usted a sus órdenes.

- ¡Ay, muchas gracias!

- ¿A qué hora llega usted, si no es indiscreción?

- ¡No faltaba más! A las cinco y seis minutos de la tarde.

- Ya de noche.

- Naturalmente.

- Será bonito Monóvar.

- Muy bonito.

- ¿No te acuerdas, mamá, que estuvo en Monóvar de juez don Alfredo?

- Es verdad; pero el señor no habrá conocido a don Alfredo.

- No he tenido ese gusto.

- ¡Qué fastidio! Cuánto tarda en salir el tren.

- Inmediatamente saldrá, señorita; a las nueve en punto.

- Son ya las nueve.

- Pues entonces, va a salir al momento.

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