La Cruz de Sacsay-Huamán

En su libro “Tradiciones cuzqueñas”, Clorinda Matto de Turner (Cuzco, 1852 - Buenos Aires, 1909) describe episodios, personajes y costumbres de la vida del Cuzco en la época de la colonia. Entre la historia, la leyenda y el folclor, el libro contiene una memoria valiosísima para los lectores latinoamericanos de todas las épocas por lo genunino de los relatos, la belleza de la mirada personal de la autora y la perfección de lenguaje empleado. Hoy traemos al Blog una de estas anécdotas.

 

 

 

 

La Cruz de Sacsay-Huamán

Clorinda Matto de Turner

 

(Al Dr.  D. Rafael Sánchez Díaz)

 

Sumo y sigo con mis empolvados pergaminos de más grandes o más chicos garabatos, y aquí una tradición fundada en datos auténticos y autógrafos: la verdad pura y sin mancha.

 

Era el año del Señor, 1701, y figuraban con reales preeminencias sus Señorías don Diego de Navia, don Rodrigo de Mendoza y don Felipe Joseph de Toledo, bajo inmediata subordinación al General   don Joseph de la Torre Vela, Corregidor y Justicia Mayor, Caballero de la Orden de Calatrava y protector innato de más de un calavera que, sea dicho con franqueza, no falta en ningún rincón de la Viña del Señor.

 

La imperial ciudad del Cuzco celebraba a la sazón reales exequias por el difunto Rey don Carlos Segundo, a quien Dios tenga en su santísima gloria, y ese día se echó a andar por estas antiguas veredas de los incas el venerable Padre Juan de Tadeo González de la Orden de Predicadores.

 

El Padre González, diz fue oriundo de Paucartambo, varón de virtud nunca puesta en tela de duda, inocentísimo y humilde como un cordero. El autor que consulto agrega a lo dicho, un personal no vulgar y presume que a no haber sido el hábito, estaba llamado a presentar grandes hazañas en los salones de Venus. Digan mis lectores si no sería fraile de méritos Tadeo, y si no tenía disculpa la agitación que Satán llegó a concebir por varón tan esclarecido.

 

Cuenta en seguida el pergamino, que el demonio de aquellos tiempos, era amigo de burlarse de la gente escrupulosa, fanática y bonachona, y se la tomó con el Padre González ejercitándolo de todas las maneras que su conocida habilidad y su instinto tentador le inspiraban.

 

De continuo se veía en la calle al Padre González, en lucha abierta con su maligno perseguidor, combatiendo con el báculo que sostenía su debilidad corporal y con el que tengo seguridad de que no le causaría mucho daño, porque hasta hoy no conozco tradición de que al diablo le hayan roto las costillas con una paliza.

 

También diz, que el habitante infernal solía encajarse con frecuencia en el seductor cuerpecillo de alguna hija de su madre para presentarse ante su Reverencia cuyas miradas abarcaba. Aunque esto es cosa algo inverosímil en los años de Fray Juan Tadeo, ¡pero vemos tantos viejos!... y de luego, tantas libertades se tomaba entonces el travieso Lucifer, que eso y mucho más podía haber obrado por propia virtud. Y si no, sigamos el relato.

 

Cierto día se acercó al Padre González una bella dama pidiéndole la mano para estampar en ella sus rosados labios en señal de respeto y humildad. ¿Qué más quiso Fray Juan que al fin era de carne y hueso?   ¡Pero, guay del que se pone al peligro!  sintió que en el cuerpo de tan linda moza se encontraba nada menos que su perseguidor y mortal enemigo, acudiendo inmediatamente al inmenso acopio de jaculatorias que guardaba para implorar la asistencia del cielo y los santos: mas, viéndose próximo a sucumbir, dio un gentil garrotazo a la cortesana señora. Esta medida violenta le ocasionó la suspensión de oficio y un pequeño proceso que terminó en 1702 de idéntica manera que en 1880, es decir, con unos cuantos escritos, rúbrica del señor Juez, notificación por el escribano y...  autos para sentencia, y se perdonaron las partes, cansadas de litigar.

 

Pero, Lucifer no se cansó en perseguir al pobrecito Fray Tadeo quien no daba más motivo que el de ser virtuoso.

 

Tanto sufría y tan frecuentes se hicieron las batallas para el Padre González, que resolvió no salir más del convento: cerrarse bajo sus muros y vivir en continua oración.

 

Un día de 1703 se paseaba el Padre González por los monumentales claustros del antiguo palacio del Sol, hoy convento de Dominicos, cuando alzando la vista hacia el cerro de Sacsay-Huamán, divisó una enorme cuadrilla de Demonios que en repugnantes figuras y con acciones obscenas formaban un baile infernal. Echóse cuantas cruces pudo, rezó todo lo que se le ocurría para situación tan grave y se largó donde el Deán a darle parte de lo que ocurría.

 

El Cabildo Eclesiástico dictó eficaces medidas contra semejantes agresores, el Arcediano Dr. D. Pedro Santiago Concha subió a exorcisar toda aquella parte del diabólico sarao, y al siguiente día se celebró el sacrificio de la misa en la misma cumbre del cerro, colocándose la cruz grande que, (no sé si la misma) existe al presente, acompañada de dos cruces pequeñas, todas tres que se divisan de la ciudad y las conocen los visitantes de las fortalezas del Rodadero (1).

 

El amartelado sacerdote González murió triunfante de su tentador en 1708, después de detestar a sus enemigos, y dejando en prueba de esto la Cruz de Sacsay-Huamán.

 

 

(1)  El Rodadero, cerro que domina la ciudad del Cuzco.

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