Platero y yo

En 1914 publicó Juan Ramón Jiménez Platero y yo. Esta hermosísima obra poética está compuesta por cerca de 130 breves episodios que el autor recrea de la memoria de su infancia en Moguer, su pueblo, junto a su burro compañero. En las páginas radiantes, luminosas del libro se entiende que una manera de ser poeta es vivir en el mundo de los niños.

 

“Platero” es la manera de referirse en Andalucía a un burro de pelo gris plateado. Cuando le preguntaron si Platero había existido, Juan Ramón Jiménez contestó: "Yo tuve de muchacho y de joven varios. Todos eran plateros. La suma de todos mis recuerdos con ellos me dio el ente y el libro”.

 

Con una gran lucidez, nos explica el autor en el “Prologuillo” del libro que, como lectores, los niños no son muy distintos de los adultos:

 

“Suele creerse que yo escribí Platero y yo para los niños, que es un libro para niños.

 

No. En 1913, La lectura, que sabía que yo estaba con ese libro me pidió que adelantase un conjunto de sus páginas más idílicas para su Biblioteca Juventud. Entonces, alterando la idea momentáneamente escribí este prólogo:

 

Advertencia a los hombres que lean este libro para niños

 

Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para... ¡qué sé yo para quien! ...para quien escribimos los poetas líricos... Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Qué bien!

 

«Dondequiera que haya niños—dice Novalis—, existe una edad de oro». Pues por esa edad de oro, que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poeta, y se encuentra allí tan a su gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nunca.

 

¡Isla de gracia, de frescura y dicha, edad de oro de los niños; siempre te halle yo en mi vida, mar de duelo; y que tu brisa me dé su lira, alta y, a veces sin sentido, igual que el trino de la alondra en el sol blanco del amanecer!

 

Yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños, porque creo que el niño puede leer los libros que lee el hombre, con determinadas excepciones que a todos se le ocurren. También habrá excepciones para hombres y para mujeres, etc.”

 

Juan Ramón Jiménez nació en Moguer, Huelva, en 1881 y murió en San Juan, Puerto Rico, en 1958. Ganó el Premio Nobel de Literatura en 1956.

 

 

Platero y yo

Juan Ramón Jiménez

 

 

 

 

VII

 

El loco

 

Vestido de luto, con mi barba nazarena y mi breve sombrero negro, debo cobrar un extraño aspecto cabalgando en la blandura gris de Platero. Cuando, yendo a las viñas, cruzo las últimas calles, blancas de cal con sol, los chiquillos gitanos, aceitosos y peludos, fuera de los harapos verdes, rojos y amarillos, las tensas barrigas tostadas, corren detrás de nosotros, chillando largamente:

 

–¡El loco! ¡El loco! ¡El loco!

 

...Delante está el campo, ya verde. Frente al cielo inmenso y puro, de un incendiado añil, mis ojos – ¡tan lejos de mis oídos! – se abren noblemente, recibiendo en su calma esa placidez sin nombre, esa serenidad armoniosa y divina que vive en el sinfín del horizonte...

 

Y quedan, allá lejos, por las altas eras, unos agudos gritos, velados finamente, entrecortados, jadeantes, aburridos:

 

–¡El lo... co! ¡El lo... co!

 

 

 

 

 

 

LXII

Ella y nosotros

 

Platero, acaso ella se iba —¿adónde? — en aquel tren negro y soleado que, por la vía alta, cortándose sobre los nubarrones blancos, huía hacia el Norte.

 

Yo estaba abajo, contigo, en el trigo amarillo y ondeante, goteado todo de sangre de amapolas, a las que ya julio ponía la coronita de ceniza. Y las nubecillas de vapor celeste ¿te acuerdas? entristecían un momento el sol y las flores, rodando vanamente hacia la nada...

 

¡Breve cabeza rubia, velada de negro!... Era como el retrato de la ilusión en el marco fugaz de la ventanilla.

 

Tal vez ella pensara: ¿Quiénes serán ese hombre enlutado y ese burrillo de plata?

¡Quiénes habíamos de ser! Nosotros... ¿Verdad, Platero?

 

 

 

XCI

Almirante

 

Tú no lo conociste. Se lo llevaron antes de que tú vinieras. De él aprendí la nobleza. Como ves, la tabla con su nombre sigue sobre el pesebre que fue suyo, en el que están su silla, su bocado y su cabestro.

 

¡Qué ilusión cuando entró en el corral por vez primera, Platero! Era marismeño y con él venía a mí un cúmulo de fuerza, de vivacidad, de alegría. ¡Qué bonito era! Todas las mañanas, muy temprano, me iba con él ribera abajo y galopaba por las marismas levantando las bandadas de grajos que merodeaban por los molinos cerrados. Luego, subía por la carretera y entraba, en un duro y cerrado trote corto, por la calle Nueva.

 

Una tarde de invierno vino a mi casa monsieur Dupont, el de las bodegas de San Juan, su fusta en la mano. Dejó sobre el velador de la salita unos billetes y se fue con Lauro hacia el corral. Después, ya anocheciendo, como en un sueño, vi pasar por la ventana a monsieur Dupont con Almirante enganchado en su charret, calle Nueva arriba, entre la lluvia.

 

No sé cuántos días tuve el corazón encogido. Hubo que llamar al médico y me dieron bromuro y éter y no sé qué más, hasta que el tiempo, que todo lo borra, me lo quitó del pensamiento, como me quitó a Lord y a la niña también, Platero.

 

Sí, Platero. ¡Qué buenos amigos hubierais sido Almirante y tú!

 

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