Para un adolescente la vida es un riesgo, una aventura peligrosa. Si es cierto que la dosis de tristeza y de zozobra es hoy mayor y más dura para todos, ni qué decir para el muchacho: el mundo, que antes reconocía como propio, es ajeno; lo que antes era familiar, es vago y brumoso; el desamparo que lo aqueja lo va a acompañar toda la vida, no tiene cura.
Es de eso de lo que habla Balsamina. Mejor, de lo que no habla Balsamina, pero está ahí. La voz que el lector oye es un susurro; el dolor y el desarraigo se oyen lejos, muy lejos; la respiración es entrecortada, espasmódica. No hay queja, no hay reclamo. Nada.